Jesús no murió en la cruz

Te dejo a continuación el relato de la crucifixión de Jesús. La historia completa de su vida se encuentra en el libro: “La verdadera historia de Jesús. El manuscrito protegido”. Jesús no murió en la cruz.  Sólo estuvo crucificado unas pocas horas. La muerte en la cruz era una agonía que podía durar varios días. Pero Jesús fue apresado la noche del jueves al viernes; interrogado y maltratado por la mañana:  llevado a ser crucificado después. Al ser viernes, al anochecer, la ley judía impedía que se mantuviese en la cruz a los crucificados. Generalmente se les partía las piernas para acelerar sus muertes.

En el caso de Jesús, gracias a la intervención de José de Arimatea, le creyeron muerto. Le clavaron incluso una lanza en el costado para comprobarlo. De la herida manó sangre y agua, lo que significa que aún había vida. Pero no reaccionó debido a su estado de consciencia, o inconsciencia. Fue bajado de la cruz, envuelto en un sudario, y  llevado  a un sepulcro propiedad de José de Arimatea. Allí pudo ser cuidado, y después fué llevado, al caer la noche, a un lugar seguro. Por eso no aparece el cuerpo el domingo por la mañana. Y eso explica también que haya sido visto posteriormente por algunos discípulos. Jesús no murió en la cruz.

Este es el relato:

La crucifixión

Jesús no murió en la cruzLlevaron a Jesús al Gólgota, y allí fue crucificado, desnudo, entre dos bandidos.

Su madero, a diferencia del de los otros dos, sobresalía del travesaño. Le clavaron por las muñecas y atravesando los dos pies con un solo clavo.

Sobre la cruz, mandó Pilatos poner una inscripción con el delito por el que era crucificado: “Rey de los judíos”. Así hacía ver que, por una parte, había atentado contra el poder de los sacerdotes y que eran ellos quienes habían pedido su muerte. Por otra parte, demostraba al pueblo que nadie se podía proclamar rey o con ningún poder por encima del que pudiesen otorgar los romanos.

Los soldados se echaron a suertes quién se quedaba con la túnica que llevaba Jesús al ser apresado, pues era de gran calidad, de las que le hacía su madre.

Jesús sentía un gran dolor físico; procuraba apoyar sus caderas en la madera que tenía dispuesta para tal fin. Así sentía menos la tirantez en sus muñecas.

La sangre le goteaba por la frente, entrándole en los ojos y nublándole la vista. Le costaba distinguir quienes se encontraban allí.

Por delante de la cruz pasaron algunos sacerdotes, escribas y ancianos, satisfechos al ver su agonía, y decían:

  • “¡Y este es el que se autoproclamaba Rey de Israel y el Hijo de Dios! ¡Que baje ahora de la cruz y sea salvado, si es cierto que tiene ese poder! ¡Miradlo bien! ¡Este es el castigo que espera a todos los que pretendan estar por encima de nuestra Ley! ¡La muerte!, como a los delincuentes que le acompañan.”

Uniéndose al Todo

Jesús apenas podía oír esas palabras. Su atención se estaba volviendo hacia dentro; el mundo exterior dejaba poco a poco de existir.

Entrando en sí mismo dejó atrás los pensamientos que habían estado martilleando su mente con sufrimiento, angustia y sensación de abandono.

Ahora se encontraba en un estado sin dolor. Lleno de paz,  todos los sucesos de su vida pasaban ante él como en una obra de teatro. Él era un simple espectador, que observaba los acontecimientos, pero sin verse involucrado por ellos.

Se vio de niño, jugando y estudiando escrituras, y vio a Juan, el que más adelante fue llamado el Bautista; se vio abandonando su casa, de noche, para embarcarse en una aventura de búsqueda y aprendizaje espiritual que le llevaría a las tierras del este y a las montañas más altas del mundo; vio a sus maestros y a sus amigos, volvió a contemplar los lugares sagrados en los que estuvo; vio a María, su madre; y sobre todo, vio a María la Magdalena, su compañera, a la vez su mejor discípula y su gran maestra.

Se sentía profundamente en paz. Había alcanzado la comprensión de lo Uno, del Dios que está en todo pues lo es todo; había alcanzado la unión mística en sí mismo, y en unión a una mujer que le llevó a trascender lo carnal, el sexo animal, llevándolo a experimentar el andrógino primigenio, más allá de cualquier separación hombre-mujer, masculino-femenino.

Progresivamente, Jesús se sumergía en un estado de silencio, de paz, de unión absoluta…, sin tiempo, sin espacio.

Se veía a sí mismo cayendo en una especie de sueño profundo sin ensoñaciones. ¿Era eso la muerte?

Se entregaba por completo, sin aferrarse a nada, soltando todos los lazos, espirando hasta el último aliento…

Un hilo de esperanza

Apenas llevaba dos horas clavado en su cruz cuando llegaron, apresuradas desde Galilea, y con un séquito de acompañantes, la Magdalena, María la madre de Jesús, y un grupo de mujeres y hombres de entre sus seguidores y de entre los servidores de la Magdalena.

Al verlos llegar, y temerosos del poder de la extranjera, los sacerdotes optaron por dejar la escena. Temían ser objeto de represalias por su acción.

María lloraba desconsolada a los pies de la cruz, de la cual los soldados romanos trataban de separarla sin miramientos.

La Magdalena la acogió entre sus brazos, consolándola. Sentía en sí misma el dolor que soportaba su amado a tan pocos metros. Pero enseguida fue consciente también del estado de trance en el que se encontraba.

Dejó a María al cuidado de dos de sus sirvientes, y junto a José de Arimatea, cabalgaron rápidamente para ir a ver a Pilatos. Al ser víspera de sábado, según la Ley, debían cesar todas las actividades, y los reos debían ser descolgados. Era costumbre que, antes de bajarlos de la cruz, se cerciorasen de que estaban muertos. Si no era el caso, les quebraban las piernas para así acelerar la muerte. José y Magdalena dijeron a Pilatos que Jesús ya había muerto, y le pidieron permiso para bajarle de la cruz y darle sepultura en una propiedad del propio José. Pilatos los conocía bien, y accedió a sus peticiones, indicando a dos de sus soldados que les acompañasen y comprobasen que Jesús estaba efectivamente muerto.

Sangre y agua

Al llegar a los crucificados, viendo que se acercaba la noche, los soldados se dispusieron a romperles las piernas, y así lo hicieron con los dos bandidos; mientras éstos agonizaban, José de Arimatea habló con los soldados diciendo:

  • “¡Dejadle a él! ¿No veis que ya ha muerto?”

Uno de los soldados clavó la punta de su lanza en el costado de Jesús, y viendo que no se producía reacción alguna, aceptó el dinero que José le ofrecía y les dejó que lo bajaran.

La Magdalena observó que de la herida manaba sangre y agua, y supo que su amado no había muerto. Aún estaban a tiempo…

Untaron las heridas de Jesús con unos ungüentos que trajo Nicodemo, y tras envolverlo en un sudario que había comprado José, lo llevaron a una sepultura excavada en la roca, en la propiedad de José, en el interior de la cual, la Magdalena quemó algunas plantas y dio otros cuidados al cuerpo de Jesús. Salieron y cerraron la entrada con una gran losa de forma que nadie pudiese entrar y que los vapores siguiesen surtiendo efecto.

La Magdalena fue a encontrarse con María para asegurarle que su hijo se pondría bien y que se encontraba en un lugar seguro.

Más tarde, pasada la media noche, a salvo de cualquier mirada, volvieron al sepulcro y trasladaron a Jesús a una de las casas de José, dejando la entrada del sepulcro bien sellada con una gran roca.

Allí estaban José de Arimatea, Nicodemo, la Magdalena, y dos hombres de la comunidad esenia. Siguieron tratando a Jesús, y para no correr riesgos, decidieron sacarle antes del amanecer hacia la comunidad del Mar Muerto, donde podría permanecer en secreto y a salvo para continuar con su recuperación.

La “desaparición” del cuerpo

El sábado, al llegar a sus oídos que Pilatos había permitido a José de Arimatea llevarse el cuerpo de Jesús, los sacerdotes fueron a reunirse con el prefecto, quien les concedió que fuesen el domingo al amanecer con un par de guardias romanos a comprobar el sepulcro.

Al llegar allí con las primeras luces del día del domingo, los guardias apartaron la pesada roca que sellaba el sepulcro, y ante su sorpresa, sólo encontraron en él los lienzos y el sudario que habían cubierto el cuerpo de Jesús.

En esto, llegó también María Magdalena con sus acompañantes, entre los que estaban María la madre de Jesús y algunos discípulos, y al ver a los sacerdotes mirando desconcertados el sepulcro vacío, dijo en alta voz:

  • “He aquí que el Maestro ha resucitado de entre los muertos. Vosotros que le crucificasteis sufriréis ahora la cólera del Padre. Jamás el pueblo os perdonará lo que habéis hecho. ¡Salid de aquí, como ratas que sois!”

Y asustados por la fiereza de las palabras de la Magdalena, temerosos ante la posibilidad de ser ajusticiados allí mismo por sus acompañantes, superiores en número, y algunos bien armados, corrieron, implorando por sus vidas, y fueron a poner tales hechos en conocimiento de Pilatos.

Éste último, cansado ya de la insistencia de los sacerdotes, supuso que José de Arimatea había decidido cambiar el cuerpo de Jesús de sepultura, burlando así a los sacerdotes, y no quiso dar mayor importancia a la cuestión.

¿Resucitado?

Mientras tanto, ante el sepulcro vacío, los discípulos que allí se encontraban se preguntaban por el paradero de su Señor, y si este había muerto o era cierto que había resucitado de entre los muertos. La Magdalena no quiso darles ninguna explicación, dando prioridad a mantener en secreto su localización y estado.

Sólo a María le dijo dónde se encontraba su hijo y la acompañó hasta allí para que permaneciese a su lado. 

 

Una de las revelaciones de este libro es que Jesús no murió en la cruz. Pero hay muchas otras. El resto del relato, así como todo lo que acontece anteriormente, desde su nacimiento, lo puedes encontrar en el libro. Puedes adquirirlo en este enlace de Amazon: http://amzn.to/2oieq07

¡Feliz semana!

Logan G. C.

 

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